Hace mucho que no siento paz, hace mucho que no vivo tranquilo, sé que esa paz sólo la encuentro en un lugar: La iglesia, sí, iglesia a la que ya no asisto desde hace mucho tiempo. Sí, con gran pena sigo diciendo que soy cristiano, no por avergonzarme del evangelio, sino porque no hago lo bueno.
Tomo el transporte público hacía el trabajo todos los días, por lo regular son dos horas de camino, casi siempre voy pensando en la familia, haciendo cuentas, pensando en cómo voy a resolver los imprevistos de la semana. Aquel paisaje citadino se ha vuelto monótono y sin sentido, todos los días pasar por el mismo lugar resta importancia a los detalles, sólo veo al vacío.
Mi vida consiste en sólo ir al trabajo y regresar a casa, no hay más. Tengo 45 años y no estoy viviendo la vida que soñé de joven, esto ha hecho de mí el hombre que no quería ser. De mi se ha apoderado un pensamiento ajeno, me toma desprevenido y ejecuta. Mis hijos conocieron una parte de mi que aún yo desconocía, mi esposa se ha acostumbrado al trato que le doy.
Por las noches termino decepcionado y sólo tengo un pensamiento dirigido a Dios: “un día más que pasa y yo sigo lejos de ti”, pienso en un día más que pasó sin haber logrado nada, sin haber hecho un cambio en la familia, sin haber dado un paso hacia mi propósito en este mundo, hacer algo que valga la pena. Hay algo que perturba mi pensar, me hace estar inquieto, me orilla a la desesperación y no he logrado saber qué es.
Desesperante es vivir una vida tan cerca y a la vez tan lejos de la luz, conociendo la verdad, pero sin vivirla.
Me doy cuenta en estos últimos días, que la desidia ha provocado en mí un corazón duro. La desidia ha socavado lo que yo tenía que ser, no ha sido otra cosa más que eso, he cosechado el fruto de lo que he sembrado; el resultado es un corazón endurecido, un pensamiento erróneo, un impulso equivocado, una dura cerviz, lo recuerdo bien de alguna prédica.
No hace mucho, durante la noche, al pasar por ese torbellino de pensamientos, sonó mi teléfono, lo había dejado en la sala, no llegué a tiempo para contestar; revisé el número, vi que no era conocido y no le di más importancia. Al amanecer noté que habían insistido en llamarme, pero seguí ignorando, tal vez eran aquellos que sólo querían convencerme de cambiar de compañía telefónica. Olvidé la llamada…
Un día más llegaba a su fin, pero aquellos pensamientos que me aquejaban ya eran como un enjambre de abejas en mi mente. Todo terminaba hasta que el sueño me vencía. Esa noche eran cerca de las 2 de la mañana y no lograba dormir, aquel torbellino de pensamientos era más intenso, el enjambre no dejaba mi mente; fracasado, mal padre, mal esposo, desobligado, eran los pensamientos que taladraban mi interior… Revisé mi celular para ver la hora y noté que el mismo número había intentado comunicarse conmigo sólo algunos minutos antes; decidí regresar la llamada para reclamar y descargar todas mis frustraciones con aquel que estuviera al otro lado de la línea.
Regresé la llamada, sonó tres veces y alguien contestó con mi nombre…
-¿Estás ahí? ¿Me escuchas? -Preguntaban.
Al escuchar mi nombre se disiparon mis inteciones de gritar.
-Sí, escúcho bien. ¿Quién habla? -Pregunté.
Al otro lado de la línea era un amigo de la iglesia. Hace años que no sabía de él.
-¿Cómo estás? Me he acordado de ti y estás en mis oraciones. -Me dijo.
-Muchas gracias.
– En mis oraciones he recibido un mensaje para ti y quiero entregarlo.
-Entiendo, gracias, te escucho. -Muy sorprendido escuchaba.
-Quiero recordarte a dónde perteneces, el lugar que te corresponde como hijo de Dios y que aquellas promesas no han cambiado, el que ha cambiado eres tú…
Este versículo me vino a la mente cuando oraba por ti:
“El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado y no habrá para él remedio.” Prov. 29.1
No pude contestar nada… un silencio en la línea.
-¿Estás ahí? – preguntó mi amigo.
-Sí. -Contesté con poco ánimo.
-Sé que es una palabra fuerte, pero no determina el final. Dios siempre nos da esperanza; ésta otra palabra sentí para ti:
Yo escuchaba atento después de tan fuerte mensaje.
-”Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.” Ezequiel 36. 26
Respire profundo, a la verdad yo estaba familiarizado con el sentir y las palabras de Dios, sabía que el mensaje era divino.
-Gracias, gracias por contestar esta llamada a las 2 de la mañana. -Le respondí a mi amigo después de un largo silencio.
-Eres importante para el Reino de Dios, creo en ti y Dios aún más. Espero pronto podamos vernos. -Agregó él.
-Pronto nos veremos, tengo mucho que pensar, gracias por llamar y darme este mensaje, es importante, no sólo para mí, sino para mi familia.
Corté la llamada.
Ésto que mi amigo me dijo era lo que yo estaba experimentando y a la vez permitiendo, me vi en una situación de peligro para mi vida, había dejado pasar más de 5 años en ese estado espiritual y mi corazón se estaba haciendo duro, reacio al Espíritu Santo, tenía a Dios, pero lejos de mí.
Estas dos palabras retumbaron en mi cabeza por varias semanas: “dura cerviz”. Decidí una noche sentarme en la sala y buscar aquel versículo: “El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado y no habrá para él remedio.” Prov. 29.1 Palabra por palabra sentía que este mensaje era para mi sin lugar a dudas. Era doloroso entenderlo, pero Dios me mostraba su misericordia en Ezequiel 36. 26 ”Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.” Al terminar de leer empecé a sentir la presencia de Dios, aquello que con palabras no podía expresar, lo estaba viviendo de nuevo, sentía eso que invadía todo mi ser y se sobreponía a mi fuerza. No lo pude contener más y caí de rodillas, mi cuerpo se estremecía. Un llanto surgió de lo profundo de mi y comencé hablarle a Dios.
-Dios esto es lo que soy, tú lo sabes. No soy lo que tú querías que yo fuera. Estoy desesperado de esta vida. ¡Necesito de ti! -sollozé
Pasé algunos minutos en llanto…
¡Y de repente!
Sentí una paz que me inundó por completo, no entendía qué estaba pasando, pero lo estaba viviendo. Sólo supe que era el Espíritu de Dios en mi y me dejé llevar por Él. Dios estaba haciendo algo sobrenatural en mi interior. En ese mismo momento vinieron imágenes a mi mente que me mostraban una esperanza, un camino a seguir, algo de que sostenerme. No había duda. ¡Ese era Dios que me estaba dando un corazón nuevo! Cansado del momento me quedé dormido.
Al amanecer mi primero pensamiento fue de paz… Estaba sucediendo, era real en mi.
Ese día decidí vivir con este corazón nuevo, un corazón de carne.
Autor de La Pluma Ligera en donde El Libro (La Biblia), El Viento (El Espíritu Santo) y la pluma, dan sentido a este proyecto.
Soy Hijo de Dios, esposo, padre y pastor por llamado y convicción.