El hombre y su labor eterna

 
Caminar hace que los pensamientos fluyan, que la sangre recorra tu cuerpo, oxigene tu cerebro y haya una manera más libre de pensar; este era mi objetivo aquel día. Una tarde/noche fría, llevaba puesto mi pantalón para correr, una sudadera que cubría tres cuartas partes de mi cuerpo y mis tan amados audífonos -me abstraen de este mundo-. Suelo pasar por un puente que cruza de mi barrio al centro de la ciudad. Este puente es recorrido por muchas personas que conducen su automóvil a la hora de regresar a casa; a la mayoría se les ve cansados y con un objetivo claro en sus mentes: llegar al sillón y disfrutar de la cena.
He caminado tantas veces por ese puente y sólo con dos hombres he cruzado camino, pero jamás palabra. Aquel hombre que siempre imagino como un hombre de negocios, esa es su apariencia. ¡Me gusta inventarles vida! Es un momento en que mi imaginación vuela. Ese hombre alto, de piel clara y traje azul; siempre trae el ceño fruncido, como si algo le molestara; tal vez la frustración de tener que caminar; un problema en la familia; una piedra en el zapato… Su poco pelo denota unos 60 años a lo mucho, no más; un portafolio muy grande que para su complexión delgada hace que parezca muy difícil de cargar.
Ese día yo caminaba a un ritmo acelerado, audífonos puestos y mirada al suelo: quería cumplir con un objetivo de 10000 pasos en 30 minutos, una nueva marca para mí. Estaba enfocado en el objetivo cuando en eso sentí mi cabeza chocar con un cuerpo; levanté la mirada y vi salir proyectado a un hombre vestido en traje azul y de inmediato supe que era aquel hombre de negocios; hice por alcanzar su brazo, pero fue tarde. Cayó al suelo.  
Se levantó de golpe y muy enfurecido; sumar este suceso a su malhumor de diario fue la gota que derramó el vaso; al levantarse recuperó el aliento para sólo una cosa: gritar y reclamar, por el golpe que se llevó. Me disculpé y seguí mi camino  para evitar cualquier confrontación.
Ciertamente ese día estaba, yo, muy distraído después de ese golpe; por poco caigo a una coladera abierta.
Por lo general inicio y termino corriendo, jamás hago una pausa, pero ese día mi ánimo no estaba del todo apropiado para la actividad física. Mi cabeza estaba vuelta un lío, no podía coordinar ni siquiera los movimientos inerciales de mi cuerpo. Decidí parar, tomé aire y sólo caminé sin sentido.
La noche estaba presente en ese momento. Apurado,  vi a un hombre que sostenía una larga vara que al final tenía una vela:  era un farolero. Siempre había admirado esta gran labor del hombre y me animé a seguirlo de lejos. Vi que era un hombre muy conocido entre la gente, pero no todos le saludaban, pues tenía fama de ser una persona muy callada; a decir verdad su aspecto mismo provocaba algo de rechazo: un hombre mal vestido, su boina sucia y sus tirantes desajustados hacían que su pantalón estuviera más debajo de lo normal. Su trabajo mismo hacía que todo el tiempo estuviera sudoroso. Todo un personaje desaliñado.
Hice por caminar más cerca de él; me di cuenta que mientras caminaba balbuceaba algo, pero no lograba entender lo que decía; era más un susurro. Caminé algunas cuadras junto a él para lograr entender sus palabras y el susurro sonaba como una oración; ésta se repetía cada vez que acercaba la vela a  un farol; vez tras vez era la misma frase, pero no lograba entenderla. Al acercarme de más, el señor farolero se dio cuenta de que lo seguía y que trataba de escucharlo. Dirigió su mirada hacia mí y repitió la oración en voz más alta: “Qué la luz que ilumina esta calle sea la luz de Dios dando entendimiento y revelación a los hombres”. Mi aliento se fue; ese hombre desaliñado no sólo tenía un trabajo que cumplir, sino también una gran labor: la de orar por todos los que pasaban por debajo del farol. Mire hacía el farol y me llevé una mayor sorpresa: el farol alumbraba con una bombilla eléctrica.

Escribí esta historia tomando en perspectiva los roles que este mundo toma como buenos o malos y lo que el cielo toma como trascendente o intrascendente.

Las acciones que se desarrollan para este mundo, mueren con este mundo.
Las acciones que se desarrollan para la eternidad, se mantienen por la eternidad. -@isaacesa

No importa qué pequeño o grande sea lo que haces por el Reino de Dios, siempre dará fruto en lo cielos.

 

 

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