Sentado por horas solo veía a la gente, era la misma gente que a diario caminaba sin voltearlo a ver. Pasaba sentado en la orilla de la banqueta con un portafolio de dibujo a su lado, “supervisando el área” decía. Estar ahí era importante.
Una cosa buscaba Román: El rostro más triste del lugar, aquel rostro que reflejara una tristeza profunda en los ojos; podía pasar horas en la misma tarea y al encontrarlo, se levantaba y seguía el rumbo de regreso a casa. Caminaba imaginando las líneas del rostro en el papel.
Tan pronto llegaba a casa, lo primero era plasmar cada línea imaginada en el lienzo; trazando sus facciones, su mirada y como si fuera una cámara fotográfica, el dibujo se revelaba a la perfección, sombras, detalles, luz que hacían de él una pieza única. Era una habilidad heredada por parte de su abuelo.
Él daba lo mejor de sí en el lienzo, ponía tiempo y esfuerzo por una razón mayor, lo entendió en un sueño.
Cuenta que una noche soñó que hacía feliz a mucha gente, los hacía sonreír, iluminaba el rostro de esas personas. Él sabía que ese sueño venía directamente de Dios y descifró cómo lograrlo; usando su habilidad para dibujar y orando por ellos.
A diario sacaba todos los rostros dibujados, doblaba rodilla, ponía su mano sobre los dibujos y aún sin conocerlos formalmente, pedía a Dios por ellos.
Al siguiente día, saliendo de la escuela, regresaba a su banqueta y con sus ojos bien abiertos buscaba algún rostro de los que había dibujado, los tenía a todos en su mente, no había uno que olvidara.
Ese día pudo encontrar un rostro conocido, un hombre de unos setenta años que con su andar hacía más notable su tristeza.
Román hizo velozmente por su portafolio de dibujo y buscó entre cada lienzo para encontrar el rostro de aquel hombre. Lo encontró y se dirigió hacia él.
Acercándose, Román extendió la mano para que el hombre pudiera ver el dibujo.
La reacción no era la esperada, el hombre frunció el entrecejo e hizo una mirada extraña, como si no se reconociera a sí mismo, como si algo raro hubiera en el dibujo.
Román no esperó más y dijo:
-Estuve orando por usted.
El hombre en seguida sonrió y transformó su mirada al escuchar lo que Román dijo y solo respondió -Gracias.
Volvió a ver el dibujo y sin quitar la sonrisa de su rostro dijo:
-Ahora sí me parezco a este dibujo, hace mucho tiempo que no sonreía.
Autor de La Pluma Ligera en donde El Libro (La Biblia), El Viento (El Espíritu Santo) y la pluma, dan sentido a este proyecto.
Soy Hijo de Dios, esposo, padre y pastor por llamado y convicción.