Vivaz y sagaz era la esencia del marinero que no despreciaba una aventura. Su inmediata respuesta era para hacer lo correcto aunque pareciera lo más discreto.
Decía que su propósito estaba en la aventura, en las olas del mar atravesar, en un pueblo conquistar o la doncella liberar. No importaba lo pequeña o grande de la aventura, para él, lo mejor era estar en lo inesperado de un peligro o en lo más alto de una ola en el mar.
La campana del barco sonó y no hay otro significado para ese sonido, qué el de una nueva aventura. Era el momento de vivir y defender el honor.
Subió al barco con la frente y la gallardía en lo más alto, sin saber que vientos lo llevarían o hacia dónde lo impulsarían, sin conocer el lugar donde blandiría su espada, ni la hora en que la luna o el sol lo encontraría.
Cuarenta días transcurrieron en el mar, día tras día y noche tras noche que llevaron al marinero a su desesperación. El tiempo no logró en él, lo que la falta de aventura, necesitaba sacudir el polvo que había acumulado durante tantos días. Su espada se pegó a la vaina por la falta de uso, sus manos temblorosas por el ímpetu que llevaba dentro, caminaba de la proa a la popa solo para descargar un poco de su presión interna.
Un día después, al atardecer, gritaron -¡Tierra a la vista!- el marinero saltó de la emoción y cayó firme en sus pies, desenvaino la espada y se alistó para la gran aventura que lo esperaba, gruñó entre dientes, saltó a la barca por babor y después pisó tierra firme.
Su espada ahora estaba empuñada con fuerza, a la espera de un gran combate y una tierra por conquistar. El mar y el sol quedó a su espalda, su mirada en la llanura del lugar, él permanecía alerta y vivaz.
De un momento a otro su vista se cegó por el reflejo de su espada, un color rosado bañaba por completo la hoja metálica, un tono extravagante para los ojos del marinero.
Sorprendido, volteó hacia el mar y vio la inmensa gama de rosados, amarillos, lilas, e infinidad de combinaciones que iluminaban el cielo, colores que sus ojos jamás habían contemplado.
Dejó caer la espada sobre la arena y se sentó a mirar, no habló, no volteó hacia otro lado, solo observaba como si estuviera guardando en su mente cada centímetro de ese hermoso lienzo del atardecer.
Minuto tras minuto el sol culminaba el bello espectáculo de luces y colores, destellos que el marinero percibía en su mirar como nunca antes.
Entonces, ahí sentado, entendió que esta aventura era para disfrutar.
No era que el marinero no conociera lo que es un atardecer, no era que el marinero no conociera esos hermosos colores, era que el marinero no conocía la aventura de disfrutar.
“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.”
Romanos 1:20
#LaPlumaLigera
Autor de La Pluma Ligera en donde El Libro (La Biblia), El Viento (El Espíritu Santo) y la pluma, dan sentido a este proyecto.
Soy Hijo de Dios, esposo, padre y pastor por llamado y convicción.